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Por Norma Luján

Sigmund Freud en el sus escritos sobre Duelo y Melancolía en 1917, hace una clara diferenciación de lo que es un duelo y como éste puede convertirse en una melancolía.

Al entender el duelo y sus características principales, se puede observar las diferencias con la melancolía, la cual “se singulariza en lo anímico por una desazón profundamente dolida, una cancelación del interés por el mundo exterior, la pérdida de la capacidad de amar, la inhibición de toda productividad y una rebaja en el sentimiento de sí que se exterioriza en autorreproches y autodenigraciones y se extrema hasta una delirante expectativa de castigo. Este cuadro se aproxima a nuestra comprensión si consideramos que el duelo muestra los mismos rasgos, excepto uno; falta en él la perturbación del sentimiento de sí. Pero en todo lo demás es lo mismo”. (Freud, 1917, p.242).

La perturbación del sentimiento de sí, es la diferencia que no está presente en el duelo, con lo cual no significa que éste no sea doloroso, pero aquí se reconoce y se está consciente de lo que perdió, mientras que el melancólico sabe a quién perdió pero no lo que perdió en él. Freud nos muestra que en el duelo hay un examen de realidad, ya que éste es consciente y tiene que ver con lo que se vive, y en el estado melancólico el estado es inconsciente.

Un ejemplo, es que, en el duelo, una persona puede estar muy triste por haber perdido a su padre, y se siente abatido, pero el melancólico daría un giro, en donde sufre no por la pérdida de su padre, sino la pérdida del hijo favorito de éste, aunque no lo tenga consciente. Esto nos llevaría a referir, de algún modo, “la melancolía a una pérdida de objeto sustraída de la conciencia, a diferencia del duelo, en el cual no hay nada inconsciente en lo que atañe a la pérdida” (Freud, 1917, p. 243).

Para poder entender el origen del estado melancólico, Freud nos describe la organización de como el duelo se supera. En primer lugar, mediante el examen de realidad, se hace constancia de que “el objeto amado ya no existe más, y de el emana la exhortación de quitar toda libido de sus enlaces con ese objeto” (Freud, 1914-1916, p. 242)

Este camino tampoco es fácil para el doliente, porque como menciona Freud “uno no resigna tan fácilmente el objeto, y esto se tiene que hacer muy lentamente y pieza por pieza”. Mientras se realiza este proceso el objeto sigue existiendo dentro del psiquismo, se sobreinviste y se va en lo más profundo de la relación con las expectativas que se tenía con el objeto, hasta que son clausuradas, y se disuelve la libido definitivamente en el objeto. Para esto “se requiere un gran gasto de energía y de tiempo, y es doloroso” (Freud, 1917, p. 244), pero una vez que se realiza, el yo está nuevamente desinhibido y libre para poder colocar la libido en un nuevo objeto. En el caso de un melancólico, este proceso no es tan sencillo, ya que no puede sustituirlo por otro objeto como en el duelo. Lo que nos lleva observar que el mismo suceso puede llevar a dos vertientes distintas.

Una de las diferencias para hacer un camino hacia la melancolía es la aceptación de la pérdida del objeto, que para no sentirlo, se introyecta el objeto dentro de sí  de una forma narcisista y controladora. Por ejemplo, en el caso de una relación amorosa en donde hay un engaño de la pareja, se pierde el ideal de esa persona, todos esos sueños se deshacen y se queda con una sensación de pérdida del yo. La melancolía se vive en un estado de angustia y ansiedad, porque se siente que se ha perdido algo, y sí, pero dentro de ésta. La persona que vive la pérdida, siente que no podrá estar bien si su amado no vuelve y su regreso es recuperar la felicidad pérdida. La sensación de no ser importante o fea, en el caso de una mujer, porque si el amado perdido la rechaza, entonces se rechaza a si misma. Sólo su retorno la puede salvar y no hay nada en el afuera que la pueda hacer sentir mejor. Eso es la pérdida del sentimiento de sí, se da un empobrecimiento del yo. En el melancólico, el yo se convierte en estéril, moralmente despreciable, indigno, se auto martiriza y se denigra, lo que Freud lo llamaría delirio de insignificancia de carácter moral. Y en el caso del duelo, el empobrecimiento es del mundo exterior.

El cuadro de este delirio de insignificancia-predominante moral-se completa con el insomnio, la repulsa del alimento y un desfallecimiento, en extremo asombroso psicológicamente, de la pulsión que compele a todos los seres vivos a aferrarse a la vida” (Freud, 1917, p. 244).

Freud considera infructuoso tratar de sentir mejor al melancólico mediante palabras como: tú lo vas a lograr, eres importante etc. Y esto es porque el dolor no es consciente, ya que como mencionamos la pérdida es inconsciente y porque el objeto destruído, esta en el yo. Oír que es importante, sólo le causara una sensación de soledad y de lastima por parte de los otros, por qué el objeto interno se siente así. “La sombra del objeto ha caído sobre el yo” (Freud, 1917, p. 243) que éste se mueva de lugar o viva experiencias no se registraran o visualizaran cambios, ya que éste está identificado con el objeto perdido y no con el yo.

En el discurso del melancólico se puede observar una pérdida del yo, y que muchas veces no se adecúan con la posición del sujeto, sino se parece mucho más con la del objeto que ama, amó o amaría, es decir, refiriéndose al sujeto pérdido. Mezclado con autorreproches genuinos, los cuales están dirigidos al objeto de amor perdido, pero que de éste rebotan sobre la persona del enfermo.

Lo que sucede que ahora el conflicto con el ser amado pasa a ser un conflicto con la parte crítica del yo, y la parte del yo integrada por identificación.

La pérdida de objeto es una posición privilegiada para que salga a la luz la ambivalencia, es decir, los sentimientos de amor y odio. Y mediante esta identificación, lo que permite continuar es el vínculo libidinal con éste, pero ahora dentro del yo que se ha identificado con él.

Freud menciona que siempre que haya una predisposición a la ambivalencia, como es el caso también de la neurosis obsesiva, se va a expresar en forma de autorreproches, es decir, que la persona se va comportar como si fuera su culpa la pérdida del objeto, como si la hubiera querido. Esta ambivalencia con el objeto tiene su lugar en el cuadro melancólico, que el amor se refugia en la identificación con el objeto y al mismo tiempo el odio se ensaña con éste objeto sustituto, es decir, con la parte del yo alterada por identificación, se ensaña con este objeto sustituto con ella, denigrando e insultándola, y así permite liberarse de esa agresión reprimida. De esta forma explica el suicidio, en donde toda esta fuerza agresiva va dirigida al yo, y le da una sensación de liberación.

De acuerdo a la analogía del melancólico, si mata al yo, también mata al objeto. Es por eso que muchas veces el suicidio se puede ver en algunos casos, como un acto de muchísima agresión hacia al otro, es decir, hacia el objeto amoroso sustituto identificado con el yo.

El desenlace de la melancolía se realiza cuándo retira la libido del objeto y vuelve sobre el yo, y gracias a esto, el amor se sustrae de cancelar su vínculo con el objeto mediante esta huída al interior del yo. Luego de esta regresión, el proceso puede devenir consciente, y en lugar de ser un conflicto de amor y odio con el amor, lo que sucede es que se vuelve un conflicto con una parte del yo y su instancia crítica.

 Otro aspecto importante que describe Freud es que el melancólico no esconde sus emociones ni le causan vergüenza, al contrario, lo presume y no disimula. Se declara culpable ante el mundo, esta persona tuvo una pérdida de objeto, pero “ante sus declaraciones surge una pérdida en su yo”. (Freud,1917, p. 245).  El melancólico defiende su posición, no permite que los otros lo contradigan y a veces los escucha, pero en el fondo sabe que no es cierto, la realidad del melancólico no está en discusión para él, su mundo en sí mismo se ha perdido. Por esta razón, como se mencionó anteriormente, no tiene sentido para el melancólico las palabras de ánimo o inducirlo a salir de viaje, ya que no tendrá ninguna relevancia en la persona.

Algunos autores llaman a la melancolía el cáncer de las emociones, ya que puede acabar con la vida de la persona. Algunos estudios proponen que una depresión puede causar diversos tipos de cáncer, pero a lo que se refiere al psicoanálisis se puede colocar como ese objeto destruido interno que es capaz de matar al yo y al objeto internalizado, es decir, se vuelve un tumor maligno en el interior del yo, la sombra del objeto recae sobre el yo.

En Duelo y Melancolía Freud construye el concepto de manía como un estado de triunfo, en el que pone como ejemplo lo que llama “borrachera alcohólica “. Ya que en ese estado la pérdida del objeto no se identifica, no se siente su ausencia, es decir, la niega. “En la manía el yo tiene que haber vencido a la pérdida del objeto (o al duelo, por la pérdida, o quizás al objeto mismo), y entonces queda disponible todo el monto de contrainvestidura que el sufrimiento dolido de la melancolía había atraído sobre sí mismo. En la búsqueda de nuevas investiduras de objeto, el maniaco nos demuestra también inequívocamente su emancipación del objeto que lo hacía penar” (Freud, 1917, p. 252).

La conciencia moral y los sentimientos de culpa sobre el yo triunfan en un estado melancólico, en la manía es al revés, triunfa el yo sobre la conciencia moral y sobre la realidad exterior y se considera al objeto como no perdido. Es decir, el objeto se vuelve algo sin importancia y el melancólico podría pasar entre estados de manía y depresivos, que muchas veces suceden.

El melancólico tiene la fantasía de haber triunfado sobre el objeto, sin estar consciente de ello, pero se siente más ligero y aliviado, esta vuelta a la manía puede crear que la libido del objeto amado se mueva hacia otro lugar, al exterior como en el trabajo y actividades placenteras que le provoquen un bien y poder salir bien del proceso melancólico.

En 1923-1924, Freud en El yo y el ello y otras obras integra el superyó en el proceso del melancólico, el objeto interno destruido es mucho más severo si el superyó es punitivo, es decir, su padre. Esto provoca que el yo se sienta culpable, lleno de angustia y una sensación de haber matado al objeto del duelo.

Freud a su vez hace una diferenciación de la neurosis obsesiva con la melancolía, y de lo neurótico con lo no neurótico. Argumenta que en la neurosis obsesiva se trataba de mociones repelentes que permanecían fuera del yo; en la melancolía, en cambio, el objeto, a quien se dirige la colera del superyó, ha sido acogido en el yo por identificación.

El superyó se abate sobre el yo con una fuerza y un sadismo que vuelca al yo en una sensación de estar muerto en vida. El sí mismo que no tiene ningun motivo para vivir porque no hay en su interior nada valioso, al contrario, objetos destruidos que ha destruido ese superyó severo y cruel. “Lo que ahora gobierna en el superyó es como un cultivo puro de la pulsión de muerte, que a menudo logra efectivamente empujar al yo hacia la muerte” (Freud, 1923-1925, p. 54). La defensa del yo es castigo, una busqueda de no pensar en su destrucción lo vuelca en primer instancia hacia la manía, entonces se emborracha hasta perderse, drogas, y un mal cuidado total de su cuerpo, de su inconsciente y de su espíritu.

En un mundo en dónde impera la melancolía y en el que no se tolera el dolor en el afuera, el estado maniáco es el rey de vida del Siglo XXI creando la fantasía falsa de triunfo. Durante la pandemia se perdió la libertad y la vida cambio radicalmente para todos, lo que provocó reacciones de huída, aumento de adicciones etc. Los actos maníacos se viven como única sálida, la melancolía había arrasado al mundo.

En el caso del duelo se puede sustituir poco a poco la vida actual con la pasada, adaptándose a una nueva forma de vida y asimilando los aspectos buenos para poder integrarlos en su vida, esto logro que poco a poco, se sintieran bien y tranquilos. Por otra parte, el camino melancólico es aquel en donde el mundo perdido, al no poder reconocer la realidad tan fuerte de aceptar, se vuelca hacia el yo, y es cuando “la sombra del objeto cae sobre el yo”. Llegan suicidios, divorcios, separaciones importantes en la familia, una sombra que al yo lo deja vacío, que no se da cuenta porque no esta consciente lo que se pierde. En este caso, el dolor de su pérdida no es sólo la vida pasada sino se pierde a nuestro yo en relación con el mundo actual, actitudes y lugares que daban estabilidad. Esto no lo sabe el sujeto, sólo siente el vació insoportable que termina atacando al objeto interno introyectado con ambivalencia, que se enfurece con éste y que en un momento se sintió que la única forma de terminar con éste, era por medio del suicidio.

No podemos hablar de Melancolía en el siglo XXI sin mencionar las redes sociales, dejarse en visto, bloqueado, son ahora parte de un lenguaje que se ha convertido en nuestra forma de relacionarnos con nuestros objetos externos e internos. En el caso de redes como Instagram y Facebook es común eliminar el perfil de una persona y borrar todas las fotos, pero cual es el fin de esa nueva forma de agresión, que muchas veces parece una acción maníaca envuelta de mucha agresión hacia el objeto externo e interno. Se borran porque irónicamente representan algo hermoso de ese pasado pero que verlas sólo causa sufrimiento y dolor, es decir, la representación de eso que se perdió ha cambiado por odio y se busca eliminar todo aquel que lo recuerde en el exterior. Se elimina la evidencia de una relación que ahora envuelve una ambivalencia de amor y odio con el objeto perdido, que está dentro de sí mismo.

Es un intento maníaco y agresivo cuando la intención es comunicar al otro que lo ha eliminado de su vida, es un acto de triunfo para el exterior, ya que el que bloquea se queda en un estado de no necesidad de otro sujeto, y con una sensación de estar por encima del otro. Al contrario de un duelo, que se borran las fotos con la intención de dar espacio a una nueva historia, a la sustitución de un nuevo objeto, y de esta forma dar por terminado el duelo, como menciona Freud. En el duelo se aceptan los recuerdos como parte de un pasado que nos constituye, se transforman en puntos suspensivos, en recuerdos más fugaces. Un pasado que no nos envuelve totalmente, que ya no hace sufrir, eso es superar el duelo.


Bibliografía

  • Freud, Sigmund (1914-1916). Obras Completas-Tomo XIV Buenos Aires-Amorrortu Editores.
  • Freud, Sigmund.(1993).Obras Completas- Tomo XVIII. Buenos Aires-Amorrortu Editores.

 

Por Lizeth Loza

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