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Por: Daniela Itzel García Zentlapal

En el último desayuno con amigas, una de ellas se preguntaba si ¿acaso estaría haciendo un bien a su hijo al implementar la “libre lactancia”?, pues ya llevaba 2 años y medio y él seguía buscando el pecho. Alma, quien había sido madre hacía aproximadamente 15 años, le lanzó una sonrisa picaresca y esbozo: – “A mi hija la amamanté por menos de un año y ni repeló”. Yo pretendía seguir el desayuno cuando cada una de ellas esbozaba los beneficios y retos a los que se habían enfrentado con la maternidad, las escuché e inmediatamente vino a mi mente la última paciente a quién acompañé terapéuticamente en su proceso de destete. Estas mujeres han sido la inspiración de este escrito.
Mi paciente al igual que mis amigas, son mujeres amorosas, estudiosas y cultas, y sin embargo, divergen en su manera de expresar amor y cuidado, expongo estas cualidades porque a pesar de ellas, todas se preguntaban si acaso habían ejercido un maternaje adecuado, particularmente en cuanto a la lactancia se refiere. ¿A caso algún profesional podría responder estas interrogantes, de una mejor manera que ellas mismas? Es decir, quien se haya enfrentado o se encuentre en el proceso de lactancia, seguramente ha tenido en más de una ocasión la misma duda.
Esto me llevo a recordar la sensibilidad con la que el Dr. Winnicott aconsejaba a los padres que acudían a su consultorio pediátrico o psicoanalítico; particularmente cuando afirmaba:

“Durante toda mi vida profesional he evitado sistemáticamente dar consejos”. (Winicott: 1957)

Pero que esto no se mal entienda, él sabía perfectamente que en el caso de las enfermedades físicas los médicos deben apoyar con una respuesta acorde a su preparación, pero en el caso de la maternidad no hay una tarea curativa, cuando el niño y la madre están físicamente sanos.         

            Sin embargo, en lo que respecta al carácter emocional que se despierta en un vinculo tan intenso como el que se da entre una madre y su bebé, es natural que las dudas afloren, sobretodo cuando hay una serie de deseos, fantasías y expectativas que se despiertan en todo aquel que emprenda la labor del maternaje.

            Winnicott recuerda a una joven madre que acudió a él porque sentía que “no había manera de destetar a su bebé”, luego de conversar con ella  durante una hora salió a relucir en la charla, que había sido la abuela materna quien sugirió visitar al médico, pues la abuela también había tenido serias dificultades para destetar a su propia hija. Este problema evidenció que la madre no podía destetar a su bebé sin antes examinar la propia relación con su progenitora (Winnicott: 1957). Aquí sin duda los consejos no habrían servido de mucho.

            Mi paciente, por otro lado, se acercó con la misma inquietud que aquella joven mujer, sin embargo, su historia y la indagación sobre sus propias fantasías, dictaminaron un camino distinto. Ella sostenía la idea de que “sin el pecho, no habría otra forma en que ella pudiera calmar a su pequeña”; indagando en su propia historia, dentro del proceso psicoanalítico, tuvimos la posibilidad de descubrir las dificultades que ella misma tenía para calmar sus propias ansiedades cuando se sentía sola, frustrada, excluida, entre otras. Ello la  encamino a indagar en sus propias angustias y las dificultades que tenía para sostenerse emocionalmente en momentos difíciles. Sólo así, ella podría transmitir a su bebé la confianza necesaria para sostenerse sin recurrir al pecho.

            Lo que muestran estos casos, es sin duda, que la consejería sobre el cómo, el tiempo o la forma de hacer tal o cual cosa, en lo que respecta al trabajo con un vinculo, como lo es la relación madre-bebé, es una búsqueda infructuosa, puesto que al no tratarse de una afección física, no hay una prescripción única por seguir, sino una indagación profunda sobre las motivaciones y fantasías que orientan lo que hemos decidido.

Por Lizeth Loza

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