
Por Lizeth Loza
En términos coloquiales podemos entenderlo como aquello que da cuenta de las diferentes perspectivas que llegan a tener diferentes individuos sobre una misma realidad objetiva. Esto lo podemos llegar a observar con nuestros padres, hijos o con algún familiar al que queramos. Si estuviéramos dispuestos a consultar por ejemplo a nuestros hermanos sobre nuestros padres, seguramente ellos tendrán una perspectiva distinta sobre ellos a la nuestra y esto es debido a que matizamos nuestras realidades a partir de lo subjetivo. En psicoanálisis lo entendemos a partir del concepto de espacio psíquico; lugar donde residen los pensamientos, fantasías y experiencias internas de un individuo.
En esta área ha habido mucho interés por parte de diferentes teóricos, entre ellos Sigmund Freud, quien a partir de sus pacientes introdujo el concepto de realidad Psíquica. El cual dio la pauta para descartar la idea de que las neurosis eran producidas por un evento traumático real. Con esto no se entiende que las pacientes alucinaban o que no estaban en la realidad externa, sino que daba cuenta de cómo la mente, ante un evento real, podía llegar a crear una historia distinta motivada por sus pasiones, emociones, deseos. Esta realidad psíquica es la que podemos entender metafóricamente como los lentes con los que vemos el mundo que nos rodea; mundo que puede estar plasmado por emociones de la sexualidad infantil, las cuales son un vestigio de lo infantil que sigue conformando nuestra mente; rivalidad, celos, comparación.
Otra psicoanalista que dio cuenta de dicho fenómeno es Melanie Klein, quien encontró en el juego de los niños un mundo interno que llegaba a dar cuenta de los síntomas que los niños tenían, tales como miedos, pesadillas, problemas de aprendizaje e inhibiciones. Estos encontraban su explicación en la mente del niño. El niño, como quien es guionista de una obra de teatro, inconscientemente y a partir de ciertos mecanismos de defensa, como la proyección, llega a crear personajes e historias que van dirigidas por determinada fantasía.
Dichos personajes internos van adquiriendo su papel desde el nacimiento. Siguiendo a Klein, podemos entender que las relaciones de objeto tempranas son fundamentales porque dan forma a lo que vamos a considerar como objeto-personaje interno. El bebé nace con un yo primitivo, dotado de ciertas características individuales. Esto es observable cuando se comparan varios recién nacidos, notando diferencias en el llanto, en la aceptación o rechazo del pecho, y en que uno pueda alimentarse más del pecho que otro.
Si bien es importante que haya oportunidad de encontrar un equilibrio entre la madre y el bebé, en estos casos, cuando el bebé no tiene la posibilidad de calmarse y llora o no permite ser alimentado, empezará a llenar su mente de personajes internos malos. Esto contrasta con los momentos en que está calmado, alimentado y tranquilo, llenando su mente de objetos internos buenos que lo acompañan cuando mamá o el cuidador primario no se encuentra con él. Esto se conceptualiza como objeto porque el bebé percibe las cosas que le pasan desde fuera; lo que le sucede, el bebé piensa que es producido por un Otro externo. Si lo calma, lo percibe como pecho bueno; y si lo frustra, como pecho malo, ya sea por el objeto real o porque tenga un cólico.
Este mundo interno, formado a partir del mecanismo de proyección e introyección, va a seguir conformándose a lo largo de la vida del individuo. Las personas con las que el niño, el adulto, nosotros nos relacionamos, van a quedar matizadas por nuestros deseos, mecanismos de defensa, pulsiones, y tendremos esta tendencia a alterar la imagen más real del Otro. Dicha alteración puede variar debido al medio ambiente; casos en los cuales un niño puede proyectar su agresión en un adulto, ver a un adulto como alguien con intenciones malas o fantasear, por ejemplo, que alguien le quiere robar, puede significar el deseo del niño de quizá robarle algo valioso a los padres. Dicha fantasía puede calmarse por el papel que los padres pueden tener al demostrarle al niño, con experiencias buenas, que no es posible que sea ultrajado o lastimado, contrarrestando la imagen real con la fantaseada.
Como vemos, este mundo interno está repleto de emociones que vale la pena ir conociendo a mayor profundidad. Una psicoterapia psicoanalítica puede contribuir a que, en la medida en que uno se conoce y conoce su mundo interno, deje de depositar mucho de su mundo mental interno en los otros y mejore sus relaciones interpersonales. Este mundo se despliega por la cantidad de ansiedad que pueden generar los aspectos de nuestra personalidad.
Las dinámicas complejas de nuestros pensamientos, fantasías y experiencias internas, moldeadas desde nuestros primeros años de vida, configuran la esencia de nuestra percepción del mundo y de nosotros mismos. La psicoterapia psicoanalítica se erige como un faro de luz en este camino, ofreciendo un espacio para explorar, entender y transformar estos aspectos internos, de modo que podamos vivir de manera más plena y armónica. Al enfrentarnos y trabajar con nuestro propio mundo, no solo mejoramos nuestras relaciones con los demás, sino que también nos abrimos a una existencia más rica y auténtica. Este proceso de introspección y crecimiento demuestra que el verdadero cambio comienza desde dentro, y que el entendimiento de nuestro mundo interno es clave para navegar los desafíos de la vida con mayor sabiduría y compasión.
Por Lizeth Loza